jueves, 20 de diciembre de 2012

Puede que esta entrada mañana valga mucho más que hoy.

No cuidaré orden formas ni fondo, haré lo que yo quiera:

Primero os dejaré esta anecdota que siempre me ha encantado:

Chopin tenía gran facilidad para hacer imitaciones tan fieles al original que, entre sus anécdotas, se cuenta que, un día, copió a Liszt en su manera de vestir, hablar y tocar, con tal exactitud que un ingenuo admirador de provincias que asistía a la representación, al encontrarse unos días después con el auténtico Franz Liszt, le dijo indignado: «¡Ah! ¡No, Chopin, esta vez no me engañará usted!»

[...]

En esa jungla de intereses y envidias que es cualquier profesión, Chopin y Liszt se llevan por entonces de forma ejemplar con mutuo respeto hacia sus respectivas habilidades. Así nace la bonita anécdota que ningún director de cine ha dejado de utilizar al filmar sus biografías.

Era una noche de mayo y los invitados estaban reunidos en el salón de la casa. Liszt tocaba un Nocturno de Chopin, pero, siendo él mismo compositor, no se limitaba a interpretarlo tal y como estaba escrito. Así intercalaba variaciones de todas clases, saliendo y entrando a su capricho de la partitura. Todos estaban admirados de su habilidad... menos Chopin que no podía ocultar su nerviosismo al ver tratar su obra con tanta libertad. Por fin se acercó al piano y dijo:
—Querido amigo, si me haces el honor de tocar algo mío, toca lo que está escrito; sólo Chopin puede corregir Chopin.
Liszt se levantó, un poco molesto.
—De acuerdo. Tócalo tú, entonces.
—Con mucho gusto.

Cuando Chopin se sentaba, una mariposa se acercó al quinqué y se quemó en la llama, apagándolo. Alguien quiso reavivar la llama, pero el músico se opuso.

—Al contrario. Apagad también todas las velas. Me basta la luz de la luna. Debió ser el sueño de todos los melómanos del mundo. Chopin tocando sus obras durante una hora iluminado únicamente por los rayos que entraban por la ventana. Cuando terminó, los presentes se levantaron entusiasmados; el primero fue Liszt, que le dijo, abrazándole:
  —Querido amigo, tenías razón..., las obras de un genio como tú son sagradas, y quien se atreva a corregirlas comete una profanación. Chopin le tranquilizó, Liszt, dijo, era capaz de tocar temas de cualquiera, ya fuere Weber o Beethoven, como nadie, y volvieron a abrazarse entre los aplausos del público. La anécdota corrió por todos los salones de París, y Chopin la repetía con la satisfacción de quien ha ganado una partida difícil. Días después, en el mismo salón donde había ocurrido la pugna anterior, rogó a su amigo que se sentara al piano mientras ordenaba a un criado que apagase todas las luces para que el ambiente fuese más íntimo; esa vez sin siquiera la luz de la luna. Ya a oscuras la sala, y cuando Chopin iba a empezar, Liszt le dijo al oído que le dejara la banqueta; el otro, imaginando que se trataba de una broma, se deslizó silenciosamente hasta la butaca vecina. Entonces Liszt procedió a interpretar todas las composiciones que Chopin había tocado en la velada famosa, y lo hizo con tal pureza que los emocionados asistentes creían que el polaco repetía su concierto anterior. De pronto, se detuvo, prendió una cerilla y encendió las velas que había encima del piano.  Asombro en la sala. ¡Creíamos que era Chopin!, a lo que el bromista contestó, saludando: «Como veis, Liszt puede ser Chopin cuando quiera, pero Chopin, ¿podría ser Liszt?»
Ahora hablaré de un manco, un francés y una presa y como las apariencias engañan. 

Hablaré de un tipo cuyas tendencias políticas eran siempre la contraria a las que tenías la persona de enfrente, un tipo que por meterse en disputas perdió un brazo a garrotazos, un tipo que cuando venia a buscarle su casero se escondía en un armario y al ser encontrado respondía "Que mal educado, entrar en este armario sin preguntar, podría haberme encontrado desnudo"

Hablaré de un tipo frances, por lo que empezamos mal. De un tipo que se buscó la vida cuando su hijo marchó a la guerra y tuvo que dejar de vivir de él.

Hablaré de una presa si, pero de agua. De una construcción que dio vida a toda una Sierra por decisión de un dictador.

...Hablo del genio del modernismo, maestro de drama y novela Ramón María del Valle-Inclan, hablo de cientifico frances Joseph Nicéphore Niepce creador de la fotografia y hablo de la presa del Atazar. Hablo de apariencias que engañan porque malos y buenos actos del mundo, llevaron a Valle-Inclan tener su propia estatua en Santiago, al mundo tener cámaras y a la Sierra tener presa. Lugares y objetos que me permitieron vivir algunos de los mejores momentos siempre con un denominador común: Javier.

Podría deshacerme en elogios pero si lees estos me conoces y seguramente a El tambien, no gastaré las que pueden ser las últimas letras de este blog en cosas que cualquier ciego vería y cualquiera facilmente podría criticar de inmaduras o pobres.

Gastaré mis palabras en dar Gracias, Gracias en mayúsculas porque no hay otra forma de darlas. Gracias por estar en esa ciudad, tener esa foto y Gracias por colocar esa foto donde está. Gracias por cuando nos pidieron dar tres nombres ser uno de ellos. Gracias porque al final nos vamos como venimos y ese gesto se quedará siempre conmigo.

Podría ahorrarme desearte lo mejor porque se que no es necesario, la vida es justa con quien la trata bien pero aun así lo hago, por que quiero hacerlo.

Y con esto acaban mis palabras y tu que me lees podrás pensar que soy un genio o un payaso, Yo siempre  me vi un poco de cada no voy a mentir a estas alturas pero....lo que tengo muy claro es como mucho seré Chopin pero tu, tu hermano, tu serás Liszt.


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