jueves, 20 de diciembre de 2012

Puede que esta entrada mañana valga mucho más que hoy.

No cuidaré orden formas ni fondo, haré lo que yo quiera:

Primero os dejaré esta anecdota que siempre me ha encantado:

Chopin tenía gran facilidad para hacer imitaciones tan fieles al original que, entre sus anécdotas, se cuenta que, un día, copió a Liszt en su manera de vestir, hablar y tocar, con tal exactitud que un ingenuo admirador de provincias que asistía a la representación, al encontrarse unos días después con el auténtico Franz Liszt, le dijo indignado: «¡Ah! ¡No, Chopin, esta vez no me engañará usted!»

[...]

En esa jungla de intereses y envidias que es cualquier profesión, Chopin y Liszt se llevan por entonces de forma ejemplar con mutuo respeto hacia sus respectivas habilidades. Así nace la bonita anécdota que ningún director de cine ha dejado de utilizar al filmar sus biografías.

Era una noche de mayo y los invitados estaban reunidos en el salón de la casa. Liszt tocaba un Nocturno de Chopin, pero, siendo él mismo compositor, no se limitaba a interpretarlo tal y como estaba escrito. Así intercalaba variaciones de todas clases, saliendo y entrando a su capricho de la partitura. Todos estaban admirados de su habilidad... menos Chopin que no podía ocultar su nerviosismo al ver tratar su obra con tanta libertad. Por fin se acercó al piano y dijo:
—Querido amigo, si me haces el honor de tocar algo mío, toca lo que está escrito; sólo Chopin puede corregir Chopin.
Liszt se levantó, un poco molesto.
—De acuerdo. Tócalo tú, entonces.
—Con mucho gusto.

Cuando Chopin se sentaba, una mariposa se acercó al quinqué y se quemó en la llama, apagándolo. Alguien quiso reavivar la llama, pero el músico se opuso.

—Al contrario. Apagad también todas las velas. Me basta la luz de la luna. Debió ser el sueño de todos los melómanos del mundo. Chopin tocando sus obras durante una hora iluminado únicamente por los rayos que entraban por la ventana. Cuando terminó, los presentes se levantaron entusiasmados; el primero fue Liszt, que le dijo, abrazándole:
  —Querido amigo, tenías razón..., las obras de un genio como tú son sagradas, y quien se atreva a corregirlas comete una profanación. Chopin le tranquilizó, Liszt, dijo, era capaz de tocar temas de cualquiera, ya fuere Weber o Beethoven, como nadie, y volvieron a abrazarse entre los aplausos del público. La anécdota corrió por todos los salones de París, y Chopin la repetía con la satisfacción de quien ha ganado una partida difícil. Días después, en el mismo salón donde había ocurrido la pugna anterior, rogó a su amigo que se sentara al piano mientras ordenaba a un criado que apagase todas las luces para que el ambiente fuese más íntimo; esa vez sin siquiera la luz de la luna. Ya a oscuras la sala, y cuando Chopin iba a empezar, Liszt le dijo al oído que le dejara la banqueta; el otro, imaginando que se trataba de una broma, se deslizó silenciosamente hasta la butaca vecina. Entonces Liszt procedió a interpretar todas las composiciones que Chopin había tocado en la velada famosa, y lo hizo con tal pureza que los emocionados asistentes creían que el polaco repetía su concierto anterior. De pronto, se detuvo, prendió una cerilla y encendió las velas que había encima del piano.  Asombro en la sala. ¡Creíamos que era Chopin!, a lo que el bromista contestó, saludando: «Como veis, Liszt puede ser Chopin cuando quiera, pero Chopin, ¿podría ser Liszt?»
Ahora hablaré de un manco, un francés y una presa y como las apariencias engañan. 

Hablaré de un tipo cuyas tendencias políticas eran siempre la contraria a las que tenías la persona de enfrente, un tipo que por meterse en disputas perdió un brazo a garrotazos, un tipo que cuando venia a buscarle su casero se escondía en un armario y al ser encontrado respondía "Que mal educado, entrar en este armario sin preguntar, podría haberme encontrado desnudo"

Hablaré de un tipo frances, por lo que empezamos mal. De un tipo que se buscó la vida cuando su hijo marchó a la guerra y tuvo que dejar de vivir de él.

Hablaré de una presa si, pero de agua. De una construcción que dio vida a toda una Sierra por decisión de un dictador.

...Hablo del genio del modernismo, maestro de drama y novela Ramón María del Valle-Inclan, hablo de cientifico frances Joseph Nicéphore Niepce creador de la fotografia y hablo de la presa del Atazar. Hablo de apariencias que engañan porque malos y buenos actos del mundo, llevaron a Valle-Inclan tener su propia estatua en Santiago, al mundo tener cámaras y a la Sierra tener presa. Lugares y objetos que me permitieron vivir algunos de los mejores momentos siempre con un denominador común: Javier.

Podría deshacerme en elogios pero si lees estos me conoces y seguramente a El tambien, no gastaré las que pueden ser las últimas letras de este blog en cosas que cualquier ciego vería y cualquiera facilmente podría criticar de inmaduras o pobres.

Gastaré mis palabras en dar Gracias, Gracias en mayúsculas porque no hay otra forma de darlas. Gracias por estar en esa ciudad, tener esa foto y Gracias por colocar esa foto donde está. Gracias por cuando nos pidieron dar tres nombres ser uno de ellos. Gracias porque al final nos vamos como venimos y ese gesto se quedará siempre conmigo.

Podría ahorrarme desearte lo mejor porque se que no es necesario, la vida es justa con quien la trata bien pero aun así lo hago, por que quiero hacerlo.

Y con esto acaban mis palabras y tu que me lees podrás pensar que soy un genio o un payaso, Yo siempre  me vi un poco de cada no voy a mentir a estas alturas pero....lo que tengo muy claro es como mucho seré Chopin pero tu, tu hermano, tu serás Liszt.


miércoles, 19 de diciembre de 2012

0 positivo.

Fui esclavo de la música.
Son las de mi guitarra las curvas que mas he tenido entre mis brazos.
Nunca fui bueno en ningún deporte.
Nunca he sido alto, cosa que no me ha impedido llegar a casi ningún sitio.
Desde pequeño supe que hasta la luna miente, que parece un D cuando crece y una C cuando decrece.
Siempre tuve mas fuerza en el corazón que en los brazos.
No me importa que critiquen lo que escribo, porque escribo igual que sangro, porque sangro todo lo que escribo.
Nunca he creído que es el mejor el primero ni el peor el último.
Me arrepiento de cosas no hechas, cosas hechas y cosas hechas tarde o mal.
Siempre quise destacar en algo aunque no lo conseguí.
Tarde mucho en entender que no me importan los papeles con notas o muchos ceros que si por algo he vivido son por cosas con nombre y apellido.
Podría hablar a base de canciones, tendría una para cada instante.
Entendí y compartí la quinta pista que dio Luis Fonsi con sus Palabras Del Silencio.
Nunca dije las cosas importantes de forma fácil, lo fácil llega a todo el mundo y lo importante necesita interés de quien lee escucha.
Siempre me gustó la Curiosidad.
Le eche mas ganas que habilidad.
Me mordí las uñas hasta que no me quedaron.
Intenté ayudar a los demás mas que a mi mismo.
Nunca creí que el dolor o el cansancio fueran motivos para cesar en mi empeño.
Intenté parecer mas tonto de lo que soy y menos de lo que se pensaban.
Me escondí en el humor cuando no tenía donde hacerlo.
Siempre fui bobo y bohemio.
Use mas las metáforas y los símbolos que mi propia voz.
Canté lo que no puede decir, leí lo que no pude hacer, soñé lo que no pude vivir.
Si me conoces sabes que ahora mismo me sentiré orgulloso de la anterior frase.
Siempre me pareció que ayudar a alguien cuando lo pasa mal es mucho mas fácil que alegrarse por el cuando le va bien mientras tu sufres.
Tuve un sentimiento de equipo y grupo desorbitado.
Sentí miedo a la oscuridad hasta los 11 años.
Los payasos me provocan arritmias, literalmente.
Nunca, ni por un segundo, fui dueño de mis estados de ánimo.
Quitando a la oscuridad y los payasos, pocas cosas me dieron miedo.
Odié la injusticia casi tanto como ser injusto.
No parecer triste no quiso decir que no lo estuviera, estar triste no me hizo pagarlo con los demás.
Fui retales de personas, todo lo que fui se lo debí en parte a cada una de ellas.
Respete mis principios...aunque me dieran pocos finales.
Adoré siempre la base de galleta de las tartas, los helados y las chucherías, zumos y refrescos con sabor plátano.
Mi color favorito pasó de amarillo a azul pero, cuando cogía pajitas seguía buscando las amarillas.
Pocas veces perdí los nervios.
Fui mas observador que observado.
Aprendí mas en silencio que hablando.
Me dijeron muchas veces que había cambiado pero pocas veces lo hice.
Te tuve como un pensamiento Pendiente hasta el final.
Te habría recomendado volver a leer lo de las cosas fáciles.
Adoré que me escucharan.
Mi autoestima nunca despegó.
Nunca di suficientes gracias a mi madre.
Siempre tuve mas cicatrices, dentro y fuera, que años cumplidos.
Mi mala salud fue de hierro, mi mala suerte excelente.
Nunca creí que tener la razón me diese derecho a hacer daño con ella.
Adoré conducir mi FRY.
Nunca supe si prefería verdades en piedras o mentiras en jarabe.
Fui fan del Rey del Pop, antes y después de su muerte.
Michael Jordan me dejó sin palabras.
Lloré con vídeos e historias de sacrificios heroicos y superaciones personales.
Baile solo en mi habitación.
Nunca me pareció importante cuidar la forma cuando hubo buen fondo.
Siempre me gustaron mis formas.
Fracase 1000 veces y 1001 intente volver a fracasar, mi perserverancia se acercó al nivel de mis estupidez.
Dormí poco, puedo que eso signifique que viví mucho.
Adoré trasnochar y mas en esas noches de verano donde no hay nada que hacer.
Amé la niebla y el olor a suelo mojado.
Me emocioné con pequeños detalles y gestos de la gente.
Mi chicos, mis chicas siempre fueron tanto para mi.
Nunca supe como acabaría pero de acabar quise que me recordaran con lo bueno y con lo malo, sin infravalorar, sin reproches, con mis virtudes y defectos...asi quise que me recuerden para los restos.




Como un principe feliz

Uno de los cuentos mas conocidos, pero no por ello peor, de Oscar Wilde. Nada que añadir:

En la parte más alta de la ciudad, sobre una columnita, se alzaba la estatua del Príncipe Feliz.

Estaba toda revestida de madreselva de oro fino. Tenía, a guisa de ojos, dos centelleantes zafiros y un gran rubí rojo ardía en el puño de su espada.

Por todo lo cual era muy admirada.

-Es tan hermoso como una veleta -observó uno de los miembros del Concejo que deseaba granjearse una reputación de conocedor en el arte-. Ahora, que no es tan útil -añadió, temiendo que le tomaran por un hombre poco práctico.

Y realmente no lo era.

-¿Por qué no eres como el Príncipe Feliz? -preguntaba una madre cariñosa a su hijito, que pedía la luna-. El Príncipe Feliz no hubiera pensado nunca en pedir nada a voz en grito.

-Me hace dichoso ver que hay en el mundo alguien que es completamente feliz -murmuraba un hombre fracasado, contemplando la estatua maravillosa.

-Verdaderamente parece un ángel -decían los niños hospicianos al salir de la catedral, vestidos con sus soberbias capas escarlatas y sus bonitas chaquetas blancas.

-¿En qué lo conocéis -replicaba el profesor de matemáticas- si no habéis visto uno nunca?

-¡Oh! Los hemos visto en sueños -respondieron los niños.

Y el profesor de matemáticas fruncía las cejas, adoptando un severo aspecto, porque no podía aprobar que unos niños se permitiesen soñar.

Una noche voló una golondrinita sin descanso hacia la ciudad.

Seis semanas antes habían partido sus amigas para Egipto; pero ella se quedó atrás.

Estaba enamorada del más hermoso de los juncos. Lo encontró al comienzo de la primavera, cuando volaba sobre el río persiguiendo a una gran mariposa amarilla, y su talle esbelto la atrajo de tal modo, que se detuvo para hablarle.

-¿Quieres que te ame? -dijo la Golondrina, que no se andaba nunca con rodeos.

Y el Junco le hizo un profundo saludo.

Entonces la Golondrina revoloteó a su alrededor rozando el agua con sus alas y trazando estelas de plata.

Era su manera de hacer la corte. Y así transcurrió todo el verano.

-Es un enamoramiento ridículo -gorjeaban las otras golondrinas-. Ese Junco es un pobretón y tiene realmente demasiada familia.

Y en efecto, el río estaba todo cubierto de juncos.

Cuando llegó el otoño, todas las golondrinas emprendieron el vuelo.

Una vez que se fueron sus amigas, sintióse muy sola y empezó a cansarse de su amante.

-No sabe hablar -decía ella-. Y además temo que sea inconstante porque coquetea sin cesar con la brisa.

Y realmente, cuantas veces soplaba la brisa, el Junco multiplicaba sus más graciosas reverencias.

-Veo que es muy casero -murmuraba la Golondrina-. A mí me gustan los viajes. Por lo tanto, al que me ame, le debe gustar viajar conmigo.

-¿Quieres seguirme? -preguntó por último la Golondrina al Junco.

Pero el Junco movió la cabeza. Estaba demasiado atado a su hogar.

-¡Te has burlado de mí! -le gritó la Golondrina-. Me marcho a las Pirámides. ¡Adiós!

Y la Golondrina se fue.

Voló durante todo el día y al caer la noche llegó a la ciudad.

-¿Dónde buscaré un abrigo? -se dijo-. Supongo que la ciudad habrá hecho preparativos para recibirme.

Entonces divisó la estatua sobre la columnita.

-Voy a cobijarme allí -gritó- El sitio es bonito. Hay mucho aire fresco.

Y se dejó caer precisamente entre los pies del Príncipe Feliz.

-Tengo una habitación dorada -se dijo quedamente, después de mirar en torno suyo.

Y se dispuso a dormir.

Pero al ir a colocar su cabeza bajo el ala, he aquí que le cayó encima una pesada gota de agua.

-¡Qué curioso! -exclamó-. No hay una sola nube en el cielo, las estrellas están claras y brillantes, ¡y sin embargo llueve! El clima del norte de Europa es verdaderamente extraño. Al Junco le gustaba la lluvia; pero en él era puro egoísmo.

Entonces cayó una nueva gota.

-¿Para qué sirve una estatua si no resguarda de la lluvia? -dijo la Golondrina-. Voy a buscar un buen copete de chimenea.

Y se dispuso a volar más lejos. Pero antes de que abriese las alas, cayó una tercera gota.

La Golondrina miró hacia arriba y vio... ¡Ah, lo que vio!

Los ojos del Príncipe Feliz estaban arrasados de lágrimas, que corrían sobre sus mejillas de oro.

Su faz era tan bella a la luz de la luna, que la Golondrinita sintióse llena de piedad.

-¿Quién sois? -dijo.

-Soy el Príncipe Feliz.

-Entonces, ¿por qué lloriqueáis de ese modo? -preguntó la Golondrina-. Me habéis empapado casi.

-Cuando estaba yo vivo y tenía un corazón de hombre -repitió la estatua-, no sabía lo que eran las lágrimas porque vivía en el Palacio de la Despreocupación, en el que no se permite la entrada al dolor. Durante el día jugaba con mis compañeros en el jardín y por la noche bailaba en el gran salón. Alrededor del jardín se alzaba una muralla altísima, pero nunca me preocupó lo que había detrás de ella, pues todo cuanto me rodeaba era hermosísimo. Mis cortesanos me llamaban el Príncipe Feliz y, realmente, era yo feliz, si es que el placer es la felicidad. Así viví y así morí y ahora que estoy muerto me han elevado tanto, que puedo ver todas las fealdades y todas las miserias de mi ciudad, y aunque mi corazón sea de plomo, no me queda más recurso que llorar.

«¡Cómo! ¿No es de oro de buena ley?», pensó la Golondrina para sus adentros, pues estaba demasiado bien educada para hacer ninguna observación en voz alta sobre las personas.

-Allí abajo -continuó la estatua con su voz baja y musical-, allí abajo, en una callejuela, hay una pobre vivienda. Una de sus ventanas está abierta y por ella puedo ver a una mujer sentada ante una mesa. Su rostro está enflaquecido y ajado. Tiene las manos hinchadas y enrojecidas, llenas de pinchazos de la aguja, porque es costurera. Borda pasionarias sobre un vestido de raso que debe lucir, en el próximo baile de corte, la más bella de las damas de honor de la Reina. Sobre un lecho, en el rincón del cuarto, yace su hijito enfermo. Tiene fiebre y pide naranjas. Su madre no puede darle más que agua del río. Por eso llora. Golondrina, Golondrinita, ¿no quieres llevarle el rubí del puño de mi espada? Mis pies están sujetos al pedestal, y no me puedo mover.

-Me esperan en Egipto -respondió la Golondrina-. Mis amigas revolotean de aquí para allá sobre el Nilo y charlan con los grandes lotos. Pronto irán a dormir al sepulcro del Gran Rey. El mismo Rey está allí en su caja de madera, envuelto en una tela amarilla y embalsamado con sustancias aromáticas. Tiene una cadena de jade verde pálido alrededor del cuello y sus manos son como unas hojas secas.

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita - dijo el Príncipe-, ¿no te quedarás conmigo una noche y serás mi mensajera? ¡Tiene tanta sed el niño y tanta tristeza la madre!

-No creo que me agraden los niños -contestó la Golondrina-. El invierno último, cuando vivía yo a orillas del río, dos muchachos mal educados, los hijos del molinero, no paraban un momento en tirarme piedras. Claro es que no me alcanzaban. Nosotras las golondrinas volamos demasiado bien para eso y además yo pertenezco a una familia célebre por su agilidad; mas, a pesar de todo, era una falta de respeto.

Pero la mirada del Príncipe Feliz era tan triste que la Golondrinita se quedó apenada.

-Mucho frío hace aquí -le dijo-; pero me quedaré una noche con vos y seré vuestra mensajera.

-Gracias, Golondrinita -respondió el Príncipe.

Entonces la Golondrinita arrancó el gran rubí de la espada del Príncipe y, llevándolo en el pico, voló sobre los tejados de la ciudad.

Pasó sobre la torre de la catedral, donde había unos ángeles esculpidos en mármol blanco.

Pasó sobre el palacio real y oyó la música de baile.

Una bella muchacha apareció en el balcón con su novio.

-¡Qué hermosas son las estrellas -la dijo- y qué poderosa es la fuerza del amor!

-Querría que mi vestido estuviese acabado para el baile oficial -respondió ella-. He mandado bordar en él unas pasionarias ¡pero son tan perezosas las costureras!

Pasó sobre el río y vio los fanales colgados en los mástiles de los barcos. Pasó sobre el gueto y vio a los judíos viejos negociando entre ellos y pesando monedas en balanzas de cobre.

Al fin llegó a la pobre vivienda y echó un vistazo dentro. El niño se agitaba febrilmente en su camita y su madre habíase quedado dormida de cansancio.

La Golondrina saltó a la habitación y puso el gran rubí en la mesa, sobre el dedal de la costurera. Luego revoloteó suavemente alrededor del lecho, abanicando con sus alas la cara del niño.

-¡Qué fresco más dulce siento! -murmuró el niño-. Debo estar mejor.

Y cayó en un delicioso sueño.

Entonces la Golondrina se dirigió a todo vuelo hacia el Príncipe Feliz y le contó lo que había hecho.

-Es curioso -observa ella-, pero ahora casi siento calor, y sin embargo, hace mucho frío.

Y la Golondrinita empezó a reflexionar y entonces se durmió. Cuantas veces reflexionaba se dormía.

Al despuntar el alba voló hacia el río y tomó un baño.

-¡Notable fenómeno! -exclamó el profesor de ornitología que pasaba por el puente-. ¡Una golondrina en invierno!

Y escribió sobre aquel tema una larga carta a un periódico local.

Todo el mundo la citó. ¡Estaba plagada de palabras que no se podían comprender!...

-Esta noche parto para Egipto -se decía la Golondrina.

Y sólo de pensarlo se ponía muy alegre.

Visitó todos los monumentos públicos y descansó un gran rato sobre la punta del campanario de la iglesia.

Por todas parte adonde iba piaban los gorriones, diciéndose unos a otros:

-¡Qué extranjera más distinguida!

Y esto la llenaba de gozo. Al salir la luna volvió a todo vuelo hacia el Príncipe Feliz.

-¿Tenéis algún encargo para Egipto? -le gritó-. Voy a emprender la marcha.

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Príncipe-, ¿no te quedarás otra noche conmigo?

-Me esperan en Egipto -respondió la Golondrina-. Mañana mis amigas volarán hacia la segunda catarata. Allí el hipopótamo se acuesta entre los juncos y el dios Memnón se alza sobre un gran trono de granito. Acecha a las estrellas durante la noche y cuando brilla Venus, lanza un grito de alegría y luego calla. A mediodía, los rojizos leones bajan a beber a la orilla del río. Sus ojos son verdes aguamarinas y sus rugidos más atronadores que los rugidos de la catarata.

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Príncipe-, allá abajo, al otro lado de la ciudad, veo a un joven en una buhardilla. Está inclinado sobre una mesa cubierta de papeles y en un vaso a su lado hay un ramo de violetas marchitas. Su pelo es negro y rizoso y sus labios rojos como granos de granada. Tiene unos grandes ojos soñadores. Se esfuerza en terminar una obra para el director del teatro, pero siente demasiado frío para escribir más. No hay fuego ninguno en el aposento y el hambre le ha rendido.

-Me quedaré otra noche con vos -dijo la Golondrina, que tenía realmente buen corazón-. ¿Debo llevarle otro rubí?

-¡Ay! No tengo más rubíes -dijo el Príncipe-. Mis ojos es lo único que me queda. Son unos zafiros extraordinarios traídos de la India hace un millar de años. Arranca uno de ellos y llévaselo. Lo venderá a un joyero, se comprará alimento y combustible y concluirá su obra.

-Amado Príncipe -dijo la Golondrina-, no puedo hacer eso.

Y se puso a llorar.

-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Príncipe-. Haz lo que te pido.

Entonces la Golondrina arrancó el ojo del Príncipe y voló hacia la buhardilla del estudiante. Era fácil penetrar en ella porque había un agujero en el techo. La Golondrina entró por él como una flecha y se encontró en la habitación.

El joven tenía la cabeza hundida en las manos. No oyó el aleteo del pájaro y cuando levantó la cabeza, vio el hermoso zafiro colocado sobre las violetas marchitas.

-Empiezo a ser estimado -exclamó-. Esto proviene de algún rico admirador. Ahora ya puedo terminar la obra.

Y parecía completamente feliz.

Al día siguiente la Golondrina voló hacia el puerto.

Descansó sobre el mástil de un gran navío y contempló a los marineros que sacaban enormes cajas de la cala tirando de unos cabos.

-¡Ah, iza! -gritaban a cada caja que llegaba al puente.

-¡Me voy a Egipto! -les gritó la Golondrina.

Pero nadie le hizo caso, y al salir la luna, volvió hacia el Príncipe Feliz.

-He venido para deciros adiós -le dijo.

-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -exclamó el Príncipe-. ¿No te quedarás conmigo una noche más?

-Es invierno -replicó la Golondrina- y pronto estará aquí la nieve glacial. En Egipto calienta el sol sobre las palmeras verdes. Los cocodrilos, acostados en el barro, miran perezosamente a los árboles, a orillas del río. Mis compañeras construyen nidos en el templo de Baalbeck. Las palomas rosadas y blancas las siguen con los ojos y se arrullan. Amado Príncipe, tengo que dejaros, pero no os olvidaré nunca y la primavera próxima os traeré de allá dos bellas piedras preciosas con que sustituir las que disteis. El rubí será más rojo que una rosa roja y el zafiro será tan azul como el océano.

-Allá abajo, en la plazoleta -contestó el Príncipe Feliz-, tiene su puesto una niña vendedora de cerillas. Se le han caído las cerillas al arroyo, estropeándose todas. Su padre le pegará si no lleva algún dinero a casa, y está llorando. No tiene ni medias ni zapatos y lleva la cabecita al descubierto. Arráncame el otro ojo, dáselo y su padre no le pegará.

-Pasaré otra noche con vos -dijo la Golondrina-, pero no puedo arrancaros el ojo porque entonces os quedaríais ciego del todo.

-¡Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Príncipe-. Haz lo que te mando.

Entonces la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe y emprendió el vuelo llevándoselo.

Se posó sobre el hombro de la vendedorcita de cerillas y deslizó la joya en la palma de su mano.

-¡Qué bonito pedazo de cristal! -exclamó la niña, y corrió a su casa muy alegre.

Entonces la Golondrina volvió de nuevo hacia el Príncipe.

- Ahora estáis ciego. Por eso me quedaré con vos para siempre.

-No, Golondrinita -dijo el pobre Príncipe-. Tienes que ir a Egipto.

-Me quedaré con vos para siempre -dijo la Golondrina.

Y se durmió entre los pies del Príncipe. Al día siguiente se colocó sobre el hombro del Príncipe y le refirió lo que habla visto en países extraños.

Le habló de los ibis rojos que se sitúan en largas filas a orillas del Nilo y pescan a picotazos peces de oro; de la esfinge, que es tan vieja como el mundo, vive en el desierto y lo sabe todo; de los mercaderes que caminan lentamente junto a sus camellos, pasando las cuentas de unos rosarios de ámbar en sus manos; del rey de las montañas de la Luna, que es negro como el ébano y que adora un gran bloque de cristal; de la gran serpiente verde que duerme en una palmera y a la cual están encargados de alimentar con pastelitos de miel veinte sacerdotes; y de los pigmeos que navegan por un gran lago sobre anchas hojas aplastadas y están siempre en guerra con las mariposas.

-Querida Golondrinita -dijo el Príncipe-, me cuentas cosas maravillosas, pero más maravilloso aún es lo que soportan los hombres y las mujeres. No hay misterio más grande que la miseria. Vuela por mi ciudad, Golondrinita, y dime lo que veas.

Entonces la Golondrinita voló por la gran ciudad y vio a los ricos que se festejaban en sus magníficos palacios, mientras los mendigos estaban sentados a sus puertas.

Voló por los barrios sombríos y vio las pálidas caras de los niños que se morían de hambre, mirando con apatía las calles negras.

Bajo los arcos de un puente estaban acostados dos niñitos abrazados uno a otro para calentarse.

-¡Qué hambre tenemos! -decían.

-¡No se puede estar tumbado aquí! -les gritó un guardia.

Y se alejaron bajo la lluvia.

Entonces la Golondrina reanudó su vuelo y fue a contar al Príncipe lo que había visto.

-Estoy cubierto de oro fino -dijo el Príncipe-; despréndelo hoja por hoja y dáselo a mis pobres. Los hombres creen siempre que el oro puede hacerlos felices.

Hoja por hoja arrancó la Golondrina el oro fino hasta que el Príncipe Feliz se quedó sin brillo ni belleza.

Hoja por hoja lo distribuyó entre los pobres, y las caritas de los niños se tornaron nuevamente sonrosadas y rieron y jugaron por la calle.

-¡Ya tenemos pan! -gritaban.

Entonces llegó la nieve y después de la nieve el hielo.

Las calles parecían empedradas de plata por lo que brillaban y relucían.

Largos carámbanos, semejantes a puñales de cristal, pendían de los tejados de las casas. Todo el mundo se cubría de pieles y los niños llevaban gorritos rojos y patinaban sobre el hielo.

La pobre Golondrina tenía frío, cada vez más frío, pero no quería abandonar al Príncipe: le amaba demasiado para hacerlo.

Picoteaba las migas a la puerta del panadero cuando éste no la veía, e intentaba calentarse batiendo las alas.

Pero, al fin, sintió que iba a morir. No tuvo fuerzas más que para volar una vez más sobre el hombro del Príncipe.

-¡Adiós, amado Príncipe! -murmuró-. Permitid que os bese la mano.

-Me da mucha alegría que partas por fin para Egipto, Golondrina -dijo el Príncipe-. Has permanecido aquí demasiado tiempo. Pero tienes que besarme en los labios porque te amo.

-No es a Egipto adonde voy a ir -dijo la Golondrina-. Voy a ir a la morada de la Muerte. La Muerte es hermana del Sueño, ¿verdad?

Y besando al Príncipe Feliz en los labios, cayó muerta a sus pies.

En el mismo instante sonó un extraño crujido en el interior de la estatua, como si se hubiera roto algo.

El hecho es que la coraza de plomo se habla partido en dos. Realmente hacia un frío terrible.

A la mañana siguiente, muy temprano, el alcalde se paseaba por la plazoleta con dos concejales de la ciudad.

Al pasar junto al pedestal, levantó sus ojos hacia la estatua.

-¡Dios mío! -exclamó-. ¡Qué andrajoso parece el Príncipe Feliz!

-¡Sí, está verdaderamente andrajoso! -dijeron los concejales de la ciudad, que eran siempre de la opinión del alcalde.

Y levantaron ellos mismos la cabeza para mirar la estatua.

-El rubí de su espada se ha caído y ya no tiene ojos, ni es dorado -dijo el alcalde- En resumidas cuentas, que está lo mismo que un pordiosero.

-¡Lo mismo que un pordiosero! -repitieron a coro los concejales.

-Y tiene a sus pies un pájaro muerto -prosiguió el alcalde-. Realmente habrá que promulgar un bando prohibiendo a los pájaros que mueran aquí.

Y el secretario del Ayuntamiento tomó nota para aquella idea.

Entonces fue derribada la estatua del Príncipe Feliz.

-¡Al no ser ya bello, de nada sirve! -dijo el profesor de estética de la Universidad.

Entonces fundieron la estatua en un horno y el alcalde reunió al Concejo en sesión para decidir lo que debía hacerse con el metal.

-Podríamos -propuso- hacer otra estatua. La mía, por ejemplo.

-O la mía -dijo cada uno de los concejales.

Y acabaron disputando.

-¡Qué cosa más rara! -dijo el oficial primero de la fundición-. Este corazón de plomo no quiere fundirse en el horno; habrá que tirarlo como desecho.

Los fundidores lo arrojaron al montón de basura en que yacía la golondrina muerta.

-Tráeme las dos cosas más preciosas de la ciudad -dijo Dios a uno de sus ángeles.

Y el ángel se llevó el corazón de plomo y el pájaro muerto.

-Has elegido bien -dijo Dios-. En mi jardín del Paraíso este pajarillo cantará eternamente, y en mi ciudad de oro el Príncipe Feliz repetirá mis alabanzas.

martes, 18 de diciembre de 2012

Monocromo

Hablando con un gran amigo el otro dia me quedé pensando sobre el tema de la conversación hasta hoy, los errores.

Nunca he tenido problema en perdonar los errores  de los demás, es más, hasta querer mas por ellos e intentar ayudar pero, con los mios, con los mios es otra historia...
Soy incapaz de soportar mis errores de cometerlos sin castigarme de forma continua y perpetua. Aun asi, dentro de mis errores puedo distinguir claramente dos tipos:

Los primeros son los que mas o menos he ido aceptando, aquellos en los que hice algo equivocado pero al menos lo hice.
Los segundos son los que me queman cada día y cada hora, en los que ne quedé parado viendo el mundo pasar y es que...

Con almohada y techo mantuve monologos
que cada día desde entonces el sueño no lo retomo, no
todo paso pero no se porque ni como
no supe ni reaccionar
mejor cuidar lo que tienes
nada quedará te marcharas como vienes
solo espero al final poder decir
que siempre yo lo di todo por ti.



domingo, 16 de diciembre de 2012

Ciegos de lo que queremos

Conozco a mucha gente que adora el sol. Con sol se ve bien, su calor te abraza y su luz te ilumina el camino, todo es facil con sol. Dan ganas de salir y todo sale solo.
Conozco a mucha gente que adora la lluvia. La lluvia se siente en la cara, en las manos. Los rayos iluminan el camino y los truenos llenan tus oidos. Dan ganas de correr descalzo.
Conozco a mucha gente que adora la nieve. Con la nieve todo es divertido, su frio en las manos y su brillo en tus ojos. Dan ganas de jugar sin pensar en nada.
Conozco a...conozco a poca gente que le guste la niebla...

Me gusta la niebla. El vapor de agua de la niebla cubre tu piel y pierdes tu tacto. La distintas capas de bruma hacen imposible que tus ojos vean. La densidad formada hace mucho mas dificil que los sonidos viajen haciendo sordos tus oidos. Todo huele a agua y tierra para tu nariz cuando hay niebla y..bueno...nunca he intentado morderla pero para todo, Todo, hay una primera vez.

Aun así, avanzamos en la niebla. Sin vista, ni olfato, ni oido, ni tacto...cuando avanzamos en la niebla nos mueve algo mucho mas grande que eso. Vemos lo que nos negabamos a ver, sentimos lo que nos prohibiamos sentir, olemos cada aroma de recuerdos y oimos, oimos lo que nuestra voz interior nos suele susurrar...Cuando avanzamos en la niebla somos nosotros, eligiendo lo dificil cuando pudo ser mas cómodo.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

La fábula del tonto que sabía lo que hacer y lo que no.



"Nadie se acercaba a los caminos de ese bosque, todos sabían lo que alli les esperaba. Las Leyendas eran claras, los pocos idiotas que se habían adentrado regresarón locos, ciegos, mudos, sordos y los pocos dias se convertían en polvo y arena como si su corazón nunca hubíera latido...pero El...El era diferente, había crecido en ese bosque, le habían enseñado a tenerle miedo pero su curiosidad siempre fue mas fuerte. Aunque siempre lo intentaba evitar terminaba por alejarse de los caminos tratando de encontrar lo que unos cuantos tontos buscaron...un reflejo en el agua...un sonido en un árbol...unos ojos Vivos en la noche...señales que le aterraban pero avivaban el fuego de su Curiosidad. Algunos lo llamaban "demonio", "leyenda" otros tantos, lo que era seguro es que en ese lago había algo que nadie entendía.

No puedo aguantar más y siguió el camino que algunos tomaron...y del que pocos regresaron. Con la seguridad del que sabe que esta buscando su destino y el miedo del que se sabe indigno de el encontró una tabla en un gigantesco árbol: "Aunque hayas llegado lejos, pasar de aquí exige un pago, si atraviesas estas lindes nunca mas tu voz será escuchada" No sin cierto miedo, continuo seguro su camino sin emitir ni un solo sonido hasta que llego a un cruce de caminos separado por una enorme piedra, la piedra tenía un mensaje tallado "Siempre hay elección, si por la derecha sigues podrás volver a tu casa cantando. Si decides ir por la izquierda el camino será duro y tus ojos nunca más podrán mirar" No volver a ver le aterraba pero...sabía lo que tenía que hacer y con la vista nublada prosiguió con su rumbo.

No sabía si había caminado dias, horas...quizá meses, tropezando y sangrando con cada piedra del camino. De pronto sintió una corriente de aire y escuchó una voz "No des un paso más o está será la ultima voz que oigas" Está vez no hubo ni un instante de duda...sus pasos siguieron al mismo tempo.

A estas alturas había renunciado a volver a usar la espada, a ver un nuevo amanecer, había renunciado a su amada música y al placer de las palabras. Cuando pensaba que ya no tenía nada que perder notó agua en sus pies y una voz entró directamente en su cabeza: "Pocos necios llegan hasta aquí, un solo paso mas supondrá el final de tus latidos, de tu cordura y tus manos" Sonriente y de nuevo sin vacilar dio su último paso...su ultimo paso como ciego, sordo y mudo. Mientras sus ojos se acostumbraban a la luz oyó el ruido del agua, de los peces y las aves. Grito de alegría cuando sus ojos comenzaron a ver junto a el el puente que cruzaba el lago y lloró de emoción al ver esos ojos, los ojos del bosque, los ojos de la Dama que tantos vieron y tan pocos miraron, los ojos que ahora le miraban de arriba abajo sorprendidos...

El no podía parar de sonreír y empezó a hablar:

-Nadie puede sacrificar lo que no es suyo...¿Mi voz? Mi voz solo callaba si no podía decir tu nombre...¿Mis ojos? Dejaron de ser mios hace tiempo desde la primera vez que vi los tuyos, aquella mañana cuando era joven... ¿Mi oido? ¿De que me servía si no era para oir tu voz?...¿Mis manos? Carne muerta si no escriben por ti...¿Mi cordura? Eso fue lo más facil (dijo riendo) , nací sin ella y..¿Mis latidos?..Mis latidos te los regales mucho antes de entrar en este bosque..-

La Dama del Lago sonrió y justo en ese momento..."

Justo en ese momento Arturo despertó, como cada noche en los aposentos de su castillo...solo. El adorado rey, con su amante pueblo y su preciada espada soñaba cada noche con como sería todo...con como quería que hubiera sido si hubiera atravesado el bosque alguna vez pero...el era el Rey, solo podía permitirse pensarlo, soñarlo y continuar su camino sin acercarse al bosque, como todo el mundo esperaba, como era lo correcto y asi, como cada día, se levanto de su cama sin hablar a nadie...incapaz de fijarse en lo precioso de su reino, ignorando a cada cual que le hablaba...